Esto es un fragmento de un libro que leí que me interesó y me gustaría que lo leyeran...si tiene tiempo...se llama “Un hijo no puede morir”...entendí y aprendí muchas cosas de este capítulo...se los recomiendo...
LA MUERTE POR SUICIDIO
Estadísticas mundiales hablan de que el suicidio de personas jóvenes ha crecido más de un 300% desde 1950. Sólo en los Estados Unidos, se producen cerca de 35.000 por año, de los cuales 5.000 corresponden a jóvenes de entre 15 y 24 años y se registran anualmente más de 250.000 intentos de suicidio. Es la tercera causa de muerte en los jóvenes y la sexta en los niños de entre 5 y 14 años. También en Argentina ha aumentado notablemente este índice. Hace 25 años uno de cada 10 suicidas tenía menos de 18, mientras que hoy uno de cada 4 suicidios es protagonizado por un menor de 18.
En Chile, si bien no se puede hablar con exactitud del número de suicidios ya que no existe un sistema de registro sobre muertes autoinflingidas, es, al igual que en Estados Unidos, la tercera causa de muerte en jóvenes entre 15 y 29 años y se ha podido establecer que detrás de cada adolescente que se suicida existen otros ocho que han intentado quitarse la vida y muchos que han pensado en esa posibilidad para acabar con algún conflicto.
Las razones que llevan a un joven a tomar la determinación de suicidarse son múltiples: un intenso sentimiento de soledad, crisis existencial o económica, desesperación, angustia, temor, la perspectiva de un futuro incierto, falta de oportunidades, depresión, estrés, dudas sobre sí mismos, presión para lograr éxito, la escasa relación con los padres, la violencia involucrada en las relaciones familiares, la pérdida o el divorcio de los progenitores, el uso y abuso de droga, fármacos y alcohol, y el suicidio de amigos cercanos o familiares. Especialistas coinciden en señalar que la verdadera causa que lleva a un joven a quitarse la vida es un conflicto profundo interno y la desesperación. El 70% de los adolescentes utiliza como método el ahorcamiento y el 10% usa armas de fuego.
La sicóloga Isa Fonnegra dice que para comprender al suicida es importante recurrir a una perspectiva diferente de la habitual, pues lo que nosotros llamamos suicidio es, en el fondo, un intento de la persona de salvarse a sí misma. ¿De qué se salva? De algo que para ella es mucho peor que la muerte: el tormento interior, la crisis interna, la desesperación que esa persona juzga en ese momento como insoportable. Lo que el suicida busca es aliviar su sufrimiento, anular los conflictos que le parecen insolubles o que se siente incapaz de resolver. El impulso suicida es inconstante: va y viene. Nadie es ciento por ciento suicida: un joven que hoy ve en el suicidio su única salida puede considerar días después esta idea como innecesaria, impensable, pavorosa. Cuando alguien se suicida, o intenta hacerlo, su campo de conciencia se estrecha Es lo que se ha denominado visión de túnel: todo alrededor es oscuro y confuso, los estímulos externos -la madre amorosa, la esposa o la novia suplicante, la hermana comprensiva, los hijos que lo necesitan- se excluyen de la conciencia y sólo permanece una imagen fija: la ventana, el revólver, el frasco de somníferos o la soga, y una obsesión que le dice “única salida”.
Otro mito muy divulgado es aquel según el cual quien de verdad desea suicidarse no lo dice, no lo deja notar, no lo anuncia. La sicóloga Isa Fonnegra, lo desmiente. “Muchas personas que se quitan la vida lo hablaron, lo anunciaron y revelaron sus intenciones sutil o abiertamente. Con algunas excepciones, la gran mayoría de los suicidios son concebidos y estudiados con anterioridad. Por ello, es muy importante que todo indicio o advertencia respecto de las intenciones de un joven deben tomarse en serio”.
Los padres tienen que buscar ayuda profesional cuando un hijo presenta uno o más de los siguientes síntomas y éstos persisten en el tiempo: cambios en los hábitos de dormir y de comer, retraimiento de sus amigos, de su familia o de sus actividades habituales, actuaciones violentas, comportamiento rebelde, escaparse de la casa, uso de drogas o alcohol, abandono poco usual en su apariencia personal, cambios pronunciados en su personalidad, aburrimiento persistente, dificultad para concentrarse o deterioro en la calidad de su trabajo escolar, quejas frecuentes de dolor de cabeza y fatiga, poca tolerancia a los elogios o los premios y pérdida de interés en sus pasatiempos y distracciones. El adolescente que está contemplando el suicidio también puede quejarse de ser “malo” o de sentirse “abominable” y lanzar indirectas como: “no seguiré siendo un problema”, “nada me importa”, “esto me supera”. También puede ponerse muy contento después de un período de depresión. Al contrario de lo que la mayoría de los padres piensan, puede ser muy útil preguntarle al hijo si está deprimido o pensando en el suicidio. Esto no ha de “ponerle ideas en la cabeza”. Le indicará que hay alguien que se preocupa por él y que le da la oportunidad de hablar acerca de sus problemas.
La muerte de un hijo por suicidio provoca en los padres preguntas, dudas, temores y cuestionamientos muy dolorosos. Es natural que los padres se pregunten ¿por qué? Sin embargo, no hay una respuesta clara a esta pregunta y tampoco es probable que los padres la encuentren, ya que nunca hay un motivo que lo justifique suficientemente. Es muy importante aprender a lidiar con esta pregunta para dejarla de lado ya que puede convertirse en una obsesión que resultará muy destructiva para los padres y el resto de la familia. Constatar que el amor por el hijo no fue suficiente para salvar su vida, puede presentar en los padres sentimientos de impotencia o de fracaso, sin embargo, no hay que olvidar que los padres le dieron a ese hijo lo mejor de sí mismos y lo que ese hijo hizo fue, en principio, su propia decisión, y hay que respetarla.
Los sentimientos de culpabilidad sistemáticamente saldrán a la superficie. Los padres se encontrarán más seguido de lo que imaginan repitiendo la frase: “...si sólo hubiera...” Es posible que los padres necesiten sentirse culpables por un tiempo, hasta que comprendan que no son responsables, que son humanos y que tienen limitaciones.
El resentimiento hacia el hijo también es una parte natural del trauma, que se expresa en la frase “...Cómo pudiste hacerme esto a mí...” y “...cómo pudiste hacerte esto a ti mismo...” La autorrecriminación y el sentirse desvalorizados y fracasados como padres es muy dañino e interfiere en la iniciación del proceso del duelo. Ser pacientes consigo mismos, consultar un profesional si se necesita y expresar los sentimientos llorando o hablando ayudan a que la herida cierre.
Socialmente el suicidio ha sido considerado un acto negativo que tiñe a los padres y a la familia de vergüenza, estigma y culpa, por lo que la verdad se cubre con un velo de misterio y esto no les permite a los padres expresar abiertamente sus sentimientos de pena, dolor y frustración. Es necesario enfrentar la palabra “suicidio” y no falsear la realidad dándole un carácter de “accidente”. Asumir los hechos es muy difícil, no hay que angustiarse porque lleva tiempo. Lo que ayuda es que, en lugar de concentrarse en todo aquello que rodea el “estigma” del “suicidio”, los padres se concentren en su propia curación y supervivencia.
Por último, es de gran importancia recordar que el suicidio de un miembro de la familia puede tener una profunda influencia en otros integrantes de ella.